Fue un conflicto social y político, con diversos períodos de violencia, que convulsionó Francia y, por extensión de sus implicaciones, a otras naciones de Europa que se enfrentaban a partidarios y opositores del sistema conocido como el Antiguo Régimen. Se inició con la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional en 1789 y finalizó con el golpe de estado de Napoleón Bonaparte en 1799.

Desde el punto de vista político, fueron fundamentales ideas tales como las expuestas por Voltaire, Rousseau o Montesquieu (como por ejemplo, los conceptos de libertad política, de fraternidad y de igualdad, o de rechazo a una sociedad dividida, o las nuevas teorías políticas sobre la separación de poderes del Estado). Todo ello fue rompiendo el prestigio de las instituciones del Antiguo Régimen, ayudando a su desplome. Asimismo, el ejemplo ofrecido por el proceso
revolucionario estadounidense abrió los horizontes de cambio político
entre otros.
Uno de los acontecimientos con mayor alcance histórico de la
revolución fue la declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano. En su doble vertiente, moral (derechos naturales
inalienables) y política (condiciones necesarias para el ejercicio de
los derechos naturales e individuales), condiciona la aparición de un
nuevo modelo de Estado, el de los ciudadanos, el Estado de Derecho,
democrático y nacional. Aunque la primera vez que se proclamaron
solemnemente los derechos del hombre fue en los Estados Unidos (Declaración de Derechos de Virginia en 1776 y Constitución de los Estados Unidos en 1787), la revolución de los derechos humanos es un fenómeno puramente europeo. Será la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa de 1789 la que sirva de base e inspiración a todas las declaraciones tanto del siglo XIX como del siglo XX.
En conclusión, si bien la organización política de Francia osciló entre república,
imperio y monarquía constitucional durante 71 años después de que la
Primera República cayera tras el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte,
lo cierto es que la revolución marcó el final definitivo del
absolutismo, y dio a luz a un nuevo régimen donde la burguesía,
y en algunas ocasiones las masas populares, se convirtieron en la
fuerza política dominante en el país. La revolución socavó las bases del
sistema monárquico como tal, más allá de sus estertores, en la medida
en que lo derrocó con un discurso capaz de volverlo ilegítimo.
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