La historia de una familia yanomami


David Good junto a su madre
David Good no era un viajero nato ni tenía espíritu aventurero: el hábitat verde al que estaba acostumbrado era el de los parques y jardines de Pensilvania, el estado del este de Estados Unidos donde vivía, y su viaje al Amazonas venezolano era su primera excursión fuera del país desde su niñez. Este joven, de 25 años, había sido criado por padres de distintos países, mientras que su padre era estadounidense, su madre provenía de una tribu de un rincón remoto de la selva amazónica. Hacía dos décadas que David no la veía y, en 2011, sintió que tenía que ir a buscarla. Por eso llevaba tres días navegando por el Orinoco en un bote a motor.



Mapa de la zona donde viven los Yanomamis

Del libro "Into the Heart: An Amazonian Love Story", por Kenneth Good.
"Se aglomeraron a mi alrededor. Tenía tantas manos encima, tocándome las orejas, la nariz, acariciándome el pelo…"
Con 1,6 metros de altura, David estaba acostumbrado a ser siempre el más bajo de su grupo. Se puso nervioso cuando se vio rodeado de personas a las que les sacaba una cabeza. No era la primera vez que los habitantes de Hasupuweteri se veían cara a cara con un nabuh, como llaman al hombre blanco. Antes habían llegado antropólogos, médicos y misioneros. Pero David era diferente. No venía a investigarlos, curarlos o convertirlos. Ellos sabían que venía a buscar a su madre.

 

Inicio de esta historia

Los yanomamis viven en unas 200 a 250 aldeas en una zona de menos de 100.000 kilómetros cuadrados en la frontera entre Brasil y Venezuela.
En 1968, el antropólogo estadounidense Napoleón Chagnon publicó un texto que se convertiría en un best seller de la disciplina: "Yanomamo: el pueblo feroz". En él, pintaba a estos aborígenes como una comunidad donde las disputas constantes y las violaciones grupales eran moneda corriente. Kenneth Good, el padre de David, era discípulo de Chagnon. Como uno de sus alumnos de posgrado viajó por primera vez al Amazonas en 1975 y se instaló en una pequeña choza a corta distancia de Hasupuweteri.
Keneth Good
Keneth Good, padre de David, con los yanomamis en la década del 80.
El plan era quedarse 15 meses haciendo un trabajo de campo que consistía en medir el consumo proteico de los miembros de la aldea, unos datos con los que su tutor académico pensaba explicar las causas del estado de guerra constante en que vivían los distintos grupos de la etnia. Pero hacia el final de su estadía, el científico se sentía cómodo hablando la lengua yanomami de la comunidad, a la vez que estaba cada vez más insatisfecho con la premisa de la investigación que debía completar comenzando así a cuestionar la imagen de los yanomamis construida por Chagnon en su libro.
"Mi padre pensaba que los yanomamis no eran tan feroces como los habían pintado. Y creo que algo de razón tenía, porque terminó viviendo allí 12 años y es difícil imaginar que alguien pueda quedarse tanto tiempo viviendo entre guerreros agresivos", señala David.

Un día, en 1978, el jefe de Hasupuweteri le hizo a Good una propuesta. "Shori, me dijo, vienes aquí todo el tiempo, casi vives con nosotros… Estuve pensando que deberías tener una esposa. No es bueno que vivas solo", escribió Kenneth Good en sus memorias, publicadas en 1991 con el título "Into the Heart: An Amazonian Love Story". Al principio se rehusó. Pero luego comenzó a pensar que tal vez debía considerar la oferta, que era ciertamente una manera de adaptarse a las costumbres del lugar donde vivía. Lo pensó como la señal más acabada de que se había integrado con Hasupuweteri. El jefe tribal le dijo: "Toma a Yarima. Te va a gustar". Yarima era la hermana del jefe y ciertamente le parecía bonita. Pero era una niña de no más de 12 años. Good tenía 36.

Yarima, de joven
Yarima, de joven.

No hubo ceremonia de boda. Tampoco consumación matrimonial: para los yanomamis el casamiento no era más que un compromiso que servía para reforzar lazos entre familias y prevenir conflictos.

 

Una unión polémica

El matrimonio de Kenneth Good con la joven Yarima dividió la opinión de los académicos. En el documental "Secretos de la tribu", el antiguo profesor de Good, Napoleón Chagnon, lo acusó de explotación e incluso de "pedofilia". Otros antropólogos fueron menos categóricos. "Según los estándares de los yanomamis no se trató de un acto poco ético", dijo Terence Turner, de la Universidad de Cornell, en una entrevista para ese mismo documental. "Pero el hecho es que Ken Good no es un yanomami y (...) de acuerdo a sus normas sociales, se casó con una chica que no estaba en edad para tomar una decisión por sí misma". Yarima permaneció junto a su madre en el shapono (lugar de residencia de los yanomami), a veces le llevaba comida a Good y pasaban tiempo juntos. Pero con cada visita el vínculo entre ambos fue volviéndose más real. Los vecinos empezaron a considerarlos una pareja.
Como los yanomamis no saben su edad y carecen de un sistema de numeración (en su lengua solo hay palabras para "uno", "dos" y "muchos"), Good no supo cuántos años tenía Yarima cuando tuvieron sexo por primera vez. En sus memorias, escribió que sería "alrededor de 15". Ya había tenido su primera menstruación y, para la cultura yanomami, estaba en edad de establecerse con un marido y criar hijos.
"Siempre le digo a la gente: mi papá se casó con mi mamá, pero mi mamá se casó con mi papá también. Fue un mutuo acuerdo, no fue que él se la robó. Fue un matrimonio basado en el amor, el romance y la amistad", dice el hijo mayor.
  
El padre de David se integró con la tribu amazónica, pero le fue imposible permanecer allí para siempre. No podía cazar, necesitaba comida que no podía conseguir por sí mismo, medicamentos y permisos de las autoridades para quedarse en la región. Para continuar con su investigación, tenía que viajar temporariamente a hacer contactos académicos y conseguir financiamiento. Pero las becas eran difíciles y, lo que le resultaba más perturbador, cada vez que él partía Yarima quedaba expuesta a riesgos en una sociedad con fuerte dominancia masculina. En uno de sus viajes río abajo, que le tomó meses, la mujer fue víctima de un secuestro, una violación grupal y un asalto en el que perdió una oreja para lo cual tuvo que ser llevada a la ciudad. 
"Cada pequeño detalle era una novedad. Cuando encendían las luces de un auto pensaba que eran los ojos de un animal… corría a esconderse detrás de un árbol", relata David Good.

La otra sorpresa se la encontró en el cuarto del hotel donde se alojaron: un espejo. Yarima nunca había visto su propia imagen. "Se asustó tremendamente. Se escondió detrás de la cama y mi papá tuvo que cubrir (el espejo) con mantas", recuerda el hijo. A algunas cosas se adaptó con rapidez: asimiló la idea de usar ropa como mera decoración y le encontró el gusto a ir de compras. Una vez superado el miedo inicial, le encantaba viajar en auto, moto y avión. Una tecnología como el ascensor, según recuerda su marido, era para ella una evidencia de la "magia de los blancos".

 

Viaje al cemento

El final de la etapa amazónica de la aborigen y el antropólogo llegó en 1986, ocho años después de su acuerdo matrimonial y cuatro desde la consumación del vínculo. Debido a las deudas, el 17 de octubre de 1986 tomaron un avión rumbo a Nueva York. Una semana más tarde, tras pasar por un juzgado en Delaware, estaban legalmente casados. Nueve días después nació David, el hijo mayor, en un hospital de Filadelfia.


La familia Good
Su hermana Vanessa nació, poco más de un año después, sobre una hoja de banano en Hasupuweteri, mientras la familia estaba de visitaba en la selva. A los tres años vino el tercer hijo, Daniel. Pero la vida en Nueva Jersey no le funcionó bien a Yarima. Le faltaba el contacto con otras personas. Sentía que vivía en una caja oscura. Nadie, a excepción de su marido Kenneth, hablaba su lengua. No tenía medios para comunicarse con los suyos en la selva. Y aunque en Hasupuweteri los hombres dejaban solas a sus mujeres cuando iban de caza, nadie se iba a trabajar todo el día, todos los días.

 Kenneth escribió sus memorias, un libro que se vendió bien y fue traducido a nueve idiomas. Yarima y él se volvieron así pequeñas celebridades, tuvieron tres artículos en la revista People y reportajes en periódicos con títulos como "La 'americanización' de una mujer de la Edad de Piedra" o "Dos mundos, un amor". En 1992, hasta participaron en un documental de National Geographic.



Yarima en Estados Unidos
Yarima le encontró el gusto a comprar ropa en EE.UU.

 

Sin regreso

Unos meses después de aquella grabación, durante la siguiente visita a Hasupuweteri, Yarima tomó la decisión de retornar a su tierra. "Mi hermana, mi padre y yo estábamos en Estados Unidos y mi madre y mi hermano en el Amazonas. Recuerdo a mi padre decir 'voy a buscarlos y regresamos todos'", relata David. Kenneth trajo a Daniel, pero Yarima nunca volvió a Nueva Jersey. El hijo mayor revela que los días de espera se convirtieron en meses, hasta que lentamente entendió que no volvería a ver a su madre.
Yarima
La hermana de David nació en el Amazonas.

Yarima le pidió a su marido que enviara a Vanessa para que creciera en Hasupuweteri, pero él se opuso. Con los tres niños se mudó luego a Pensilvania.


"Me acuerdo de ir a esas reuniones anuales de antropología y escuchar a la gente diciendo con sorpresa 'ah, mira, esos son los hijos de Yarima'. Éramos una suerte de experimento", dice David. Una vez, uno de los antropólogos le preguntó qué quería para Navidad y él pidió una consola Nintendo. Me dijo que cómo un Nintendo. 'Eres un niño estadounidense cualquiera, yo pensé que serías diferente'. Eso me quedó grabado por el resto de mi vida y ayudó a alimentar el odio por mis orígenes. No quería saber nada de eso", revela el joven Good. Trató de convertirse en un estadounidense como los demás: jugó al béisbol, consiguió empleo repartiendo periódicos mientras estaba en la escuela, sacó buenas notas en la secundaria y se ganó una mención de honor.

Pero no pasó un día sin recordar con odio a la madre que los había abandonado. Decidió, y se lo dijo a su padre, que si alguien preguntaba por sus rasgos físicos diría que era de origen hispano, nunca yanomami.

 

En busca del propio origen

David, de niño
Fue a los 21 años que, por primera vez, decidió ver el documental de National Geographic cuando apareció su madre en la pantalla y la escuchó hablar, se quebró en llanto. "Comencé a entender por qué se había ido, todo lo que había tenido que pasar… No creo que hubiera logrado sobrevivir. Ser una madre yanomami, educarme según las costumbres yanomami: era virtualmente imposible", reconoce David hoy.


A los 22, sintió una necesidad urgente de reconectarse con ese costado de su historia. David cree que su padre, que para entonces tenía casi 70 años, estaba preocupado por ese viaje y frustrado por no poder ayudarlo más. Pero sí le ayudó a financiarlo, así como a elegir regalos para llevar a la comunidad de la madre. Sus hermanos no quisieron acompañarlo.
David Good con los Yanomami
David era el centro de atención en la aldea y, con frecuencia, objeto de burlas.

 

A los ojos

Y por fin, después de 19 años, la vio. Con unos 40 años, vigorosa y fuerte, Yarima se paró a recuperar el aliento. "Me paré y caminé hacia ella. Y de repente pensé '¿cómo la saludo?' Quería abrazarla, pero no es la manera en que se saludan los yanomamis", relata el joven. Y continúa: "Fue un encuentro incómodo. Puse mi mano en su hombro, ella comenzó a temblar y llorar. Entonces la miré a los ojos y me largué a llorar yo también".
David Good juanto a Yarima, su madre

Él nunca le preguntó a su madre por qué se había ido. Ella solo quiso saber si todos estaban vivos y bien, pero no hizo más referencias al pasado.

Su madre le presentó a dos adolescentes hermosas, "tu esposa y tu esposa". "Tendrás niños con ellas", recuerda que le dijo Yarima. David escuchó con cortesía, pensando que la palabra "esposa" estaba siendo usada en sentido laxo, casi como un sinónimo de pariente. Los yanomamis, después de todo, también pueden llamar madre a una tía por parte de madre, o padre a un tío del lado paterno.
Pero Yamima comenzó a presionarlo para que consumara los matrimonios con las jóvenes. Una vez, mientras se bañaba en el río, ellas mismas lo acorralaron diciendo 'vamos ya, tenemos que hacer esto'. Dice que le pidió al traductor que les explicara que tenía una mujer esperándolo en Estados Unidos: una mentira, que de todos modos no hizo ninguna diferencia. El propósito de su viaje al Amazonas no solo era conocer a su madre, sino entender por lo que había pasado su padre tres décadas antes. Como él, David se encontró muchas veces convertido en blanco de bromas.


David Good

 

Cara a cara

En otro viaje a la misión, esta vez acompañado de Yarima, logró conectarse con su padre vía Skype.
"Mi padre le dijo a mi mamá que todavía lucía joven y bella. Ella le dijo que se veía viejo", cuenta el hijo. Yarima estaba perturbada por la calvicie de Kenneth, ya que los yanomami no sufren de alopecia. Para poder seguir charlando, él corrió a ponerse una gorra de béisbol.
David vio cómo su padre la hacía reír.


David Good junto a su madre
David prometió a su madre que volvería a visitarla pronto.

"Se los veían tan naturales. Quedó claro que mi mamá no quería hablar del pasado, le contaba que yo tenía ahora dos esposas. Le dijo que no me dejaría partir… Le pidió que me dijera que no escapara abandonando a mis mujeres", detalla David. Pasó tres meses en el Amazonas. Pero iba y venía de la aldea de su madre y Yarima no entendía por qué estaba siempre viajando. David nunca intentó explicarle que estaba en proceso de crear una fundación sin fines de lucro y que estaba haciendo investigación en la zona. Sabía que la despedida sería dura.


Indigena yanomami
Su organización, llamada The Good Project, busca ayudar a comunidades indígenas a insertarse en la economía de mercado, un proceso que considera inevitable."Hoy los yanomamis se están volviendo venezolanos. Pero porque usen ropas y hablen español no dejan de ser yanomamis", opina Good.
Sobre su propia identidad, no tiene certezas: "Los yanomamis me ven como un nabuh, los nabuh como un yanomami". Lo que sí sabe es que hoy es una persona completamente distinta a la de hace cinco años. "Ahora estoy orgulloso de mis ancestros. Estoy orgulloso de ser yanomami-estadounidense", expresa el joven. Y agrega: "Amo a mi madre... No soy un antropólogo, no soy un político, no soy un misionero. Soy hermano y soy hijo".
David Good habló con el programa "Outlook", del Servicio Mundial de la BBC.


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