
David Good no era un viajero
nato ni tenía espíritu aventurero: el hábitat verde al que estaba
acostumbrado era el de los parques y jardines de Pensilvania, el estado
del este de Estados Unidos donde vivía, y su viaje al Amazonas
venezolano era su primera excursión fuera del país desde su niñez. Este joven, de 25 años, había sido criado por
padres de distintos países, mientras que su padre
era estadounidense, su madre provenía de una tribu de un rincón remoto
de la selva amazónica. Hacía dos décadas que David no la veía y, en 2011, sintió que tenía que ir a buscarla. Por eso llevaba tres días navegando por el
Orinoco en un bote a motor.